En Silencio para Crecer
Cuento una de las experiencias transmutadoras que he tenido participando en un retiro de 10 días de Meditación Vipassana en India.
¡Aaah! ¡Vipassana! ¡Este alimento del alma! ¡Esta conexión con nuestro verdadero Ser! ¡Esta parada y fonda para beber de la fuente de sabiduría que se halla almacenada dentro de nosotros! ¡Este elixir, fuente de paz y serenidad! Diez días de trescientos sesenta y cinco días al año, han sido, y son, la mejor inversión que llevo haciendo en mi vida desde hace más de veinte años.
Precisamente, esta fuente de conocimiento a la que uno puede acceder a lo largo de esos diez días en silencio, fue la que me permitió comprender que podía curarme de Fibromialgia; que podía dejar atrás el rencor y perdonar a los seres que mas daño me habían hecho; que podía poner perspectiva a los grandes problemas de mi vida, y que podía transformar las dificultades en simples desafíos. Todo ello con un gran incremento de mis niveles de energía y una gran dosis de optimismo. Y así es y así ha sido en todas y cada una de las veces que he participado en un retiro de Vipassana, sin importar el lugar o el profesorado que lo haya impartido, o el nombre que se le haya dado, sea 'El Viaje al Interior' como le llamamos nosotros o cualquier otro. Lo que importa es que uno pueda un día descubrir que es lo suficientemente valioso como para dedicarse en cuerpo y alma durante 10 días a uno mismo y exclusivamente a uno mismo. Al separarnos por unos días de la vorágine en la que estamos sumergidos, sin rumbo ni sentido, estresados y atemorizados, con el objetivo de encontrar respuestas a preguntas tan trascendentales como ¿quiénes somos? y ¿qué venimos a hacer aquí?
Comprender que nosotros, y solo nosotros, somos responsables de nuestra vida y nuestra propia felicidad. Comprender que todo ello está en nuestros manos, y no en la de los demás, nos da una nueva perspectiva de vida llena de poder y optimismo. Comprender también que si nosotros cambiamos, el mundo cambia, nos permite recuperar el poder que siempre nos ha pertenecido y que ha quedado olvidado en el pasado.
La técnica es sencilla. Se enseña escasamente en 15 minutos. Luego nos toca a nosotros iniciar el primer paso poniéndola en práctica. Con mimo. Con paciencia. Con perseverancia. Con flexibilidad. Con autocomprensión. Con amabilidad… Y ¡eh voila! A lo largo de esos diez días, de repente se hace la luz.
Vipassana, que en sánscrito significa 'ver las cosas como son', se convierte en un bendito milagro. Un milagro al permitirnos quitar los velos y filtros que cubren nuestros ojos y poder ver las cosas como son, en su justa medida, sin cargas emocionales subjetivas que empañan nuestra felicidad, y distorsionan la realidad. Milagrosa y milenaria técnica, que gana cada vez más y más adeptos en el mundo entero.
Técnica que nos permite reeducar nuestra mente para que se quede tranquila cuando no se la necesita. Si ésta está tranquila y sosegada puede funcionar mucho mejor cuando necesitamos hacer uso de ella, cuando necesitamos encontrar soluciones a los desafíos. Durante esos diez días uno va desarrollando el sentimiento de que todo está bien en la vida, y de que todas las personas también están bien, haciendo su camino, de la mejor forma que saben y pueden. Uno deja de enjuiciar a los demás, dándose cuenta de que todos somos Uno. Que la empatía es nuestra mejor aliada. Y que sí, que una persona sí puede cambiar el mundo, por lo menos su mundo.
Y no está mal tener esos recordatorios una vez al año. Una puesta a punto. Ello nos prepara para un año más de desafíos, de tensiones externas, de agresiones medioambientales. Sabiendo que si practicamos esta sencilla técnica aunque solo sea 15 minutos al día, durante todo el año, al levantarnos, ese espacio de conexión con nuestra sabiduría interior va a hacer la diferencia sustancial para vivir una vida llena de sentido, de paz y serenidad para ese mismo día... y para todos los demás días -siempre y cuando continuemos con la práctica diaria.
En las siguientes líneas os dejo escrita una de mis experiencias transformadoras participando en un retiro de meditación, que en esa ocasión fue en los Himalayas, y que he dado en llamar: 'Mi Vida en un Bastón'
"Mi Vida en un Bastón"
DIA CUATRO DEL RETIRO:
Nos anuncian un paseo por el bosque a las tres de la tarde. El retiro se desarrolla en un lugar de una gran belleza natural en las estribaciones de los Himalayas, en una colina rodeada de pequeños lagos, cerca de la población de Nainital en el estado de Himachal Pradesh. El centro y las casitas donde nos alojamos están situados en lo alto de una alta colina en medio de un bosque de pinos, robles y rododendros. Estamos a más de 2000 metros de altitud y el aire que se respira es limpio y aromático.
Me gusta la idea de la excursión. Me gusta mucho la naturaleza, y me gusta mucho caminar por ella. Es una de mis pasiones. Y me gusta mucho hacerlo con bastones, así le puedo dar alivio a mis rodillas castigadas por muchos años de enérgico deporte. Desde media mañana empiezo pues a buscar una rama que pueda utilizar como bastón. La voy buscando mientras recorro lentamente el camino que hay entre mi alojamiento y la sala de meditación. No encuentro nada. Todas las ramas que veo en el suelo son débiles, torcidas, cortas… Pienso que quizá detrás de la casa principal puedo encontrar alguna. Siempre detrás de las casas en el bosque suele haber un montoncito de ramas apiladas para encender fuego, y esa casa no debería ser la excepción. Allí me dirijo.
La casa, de estilo colonial de la época de los ingleses, de piedra y madera, típica de las montañas de ese lugar, con el tejado de zinc que se ha ido coloreando de verde con el paso del tiempo, es una magnífica mansión de dos pisos bordeada por un gran porche en forma de ele, dominando todo el valle. Lugar perfecto para sentarse en la sombra contemplando las puestas de sol en los atardeceres estivales. Pero ahora andaba en busca de mi bastoncito de madera. Al rodear la casa encuentro efectivamente varios montoncitos de madera clasificados por tamaño. La más gruesa en un lado, formando un muro que irá descendiendo de altura a lo largo del invierno mientras la leña se va consumiendo en la chimenea. En otro, un montón de ramas colocadas desordenadamente unas sobre otras. Era ese último montón que ahora acaparaba toda mi atención. Ahí podría quizá encontrar mi compañero de camino.
A primera vista no parecía que en este montón de ramas hubiera nada utilizable. Continuaban pareciendo cortas, torcidas, débiles. Pero ahí estaba yo dispuesta a encontrar algo que pudiera servirme. Estiraba una de aquí, ¡no! era demasiado corta. Otra por allí, ¡no! era demasiado débil. Ahora veía una que ni era corta ni era débil pero sí un poco torcida. La voy estirando, sacándola de entre la maraña de ramas entrelazadas de cortezas secas, sucias, y aunque no era el ideal de bastón que uno hubiera elegido, así a simple vista parecía lo mejor que uno podía encontrar en ese lugar. Bueno, había que cortarle algunas ramitas bien a ras del tronco, quizá hacerle algo de punta al final... Definitivamente una rama muy poco recta, pero pensé que serviría… mas o menos… no estaba del todo segura.
Saqué mi cuchillo suizo de montaña y comencé allí mismo la labor de cortar una rama que estaba al final de la rama principal y que impediría utilizarla correctamente. ¡Caray, como cuesta la condenada! Esa rama no será muy recta pero sí fuerte, de eso no hay ninguna duda. Y cuando me disponía a ensañarme con más ahínco, con mi pequeña navaja poco a poco, sabiendo que llevaría su tiempo, apareció un trabajador de la casa que al ver mi dedicación se ofreció, por señales, a hacerlo él mismo con herramientas apropiadas. Acepté inmediatamente agradecida, sabiendo una vez más que el universo confabulaba a favor mío. Estaba acostumbrada a estas cosas. Desde hacía varios años, cuando me armonicé con el Universo, descubrí que vivimos en un mundo mágico, en el que todo lo que necesitamos nos llega en el momento preciso y adecuado. Le hice indicación con señas de que por favor hiciera algo de punta al final. Y allí se marchó el hombrecillo con mi rama pareciendo haber comprendido muy bien lo que yo necesitaba de ella.
Durante los cinco minutos que duró la espera, todavía sin haberme movido del costado del montoncito de ramas y mirándolo sin parar, iba vislumbrando que podía haber elegido algo mejor. ¿Esta ramita por ejemplo? ¿Si? ¿No? ¿Debería cambiarla? ¡No! No, ahora ya había elegido una y empezado el proceso de trabajarla. Además ese hombre tan amable, que se había llevado la rama para ayudarme, se podría sentir mal si después de haber estado trabajando en ella la desechaba. Si él había pasado en este momento y no antes o después, pues esa debía ser la rama, no cualquier otra de las que yacían en el montoncito.
Mientras mantenía este diálogo interior, el hombre volvió con la rama y su punta reluciente. Parecía más o menos un bastón para caminar por la montaña, de eso no había duda. No un bastón que uno compraría, recto, pulido, brillante. Era más bien un bastón rudimentario, sucio, con corteza, áspero y con varios vericuetos. Pero un bastón al fin y al cabo. Le agradecí al hombre su colaboración poniendo mi mano sobre mi corazón a modo de reconocimiento, y decidí en ese momento que esa rama sería mi compañera en la caminata del día. Por supuesto necesitaría todavía trabajarla un poquito más, aunque solo fuera en el extremo superior donde debía poner mi mano, ya que tal como estaba la corteza era sucia y rasposa... Pero todavía quedaba tiempo antes de salir a caminar.
Apreté el útil cuchillo suizo en mi mano y le dije para mis adentros: “¡Ahora sí que me podrás ser útil! El trabajo de descortezar va a ser ideal para ti”.
Y así nos marchamos, palo, cuchillo y yo, en busca de un lugar agradable en el bosque, donde pudiera sentarme en el suelo apoyando mi espalda en un árbol, y como si de una meditación se tratara, poco a poco ir desconchando la sucia corteza, transformando lentamente esa rama que habían destinado a quemar en una que tuviera un buen uso para mí.
La verdad es que estos cuchillos suizos son una verdadera maravilla. Esos que son de color rojo con una crucecita blanca, de múltiples usos, que llevan incorporado tanto una navajita, como un sacacorchos, o un abridor de chapas, o un destornillador... Empecé como aquel que no quiere la cosa: pelando un poquito de corteza por aquí, otro poquito por allí. La navaja respondía muy bien, y resultaba agradable estar entretenida con este cometido.
Cuando llevaba unos diez minutos descortezando y empezando a descubrir la bonita y brillante madera que se escondía bajo la corteza, sin saber mucho porqué, empecé a pensar en cuanta similitud había entre mi vida y este bastón. ¿Qué escondíamos detrás de esta áspera coraza? ¿De qué nos protegíamos para no permitir que la gente viera la buena madera de la que estábamos hechos?
Instintivamente surgió un deseo, como una necesidad, de pelar toda la rama y no solo la empuñadura. Un deseo de que luciera en todo su esplendor. Como un símbolo de desear quitar todas las capas de protección que había ido colocando cuidadosamente a lo largo de mi vida con la vana ilusión de quedarme a salvo de pasadas heridas, y como no, de todas las futuras que me pudieran llegar.
Y ahí estaba yo, 'pelando' mi vida, capita a capita, trocito a trocito. ¿Ahí había una callosidad? Pues había que trabajarla un poco más. ¿Aquí un nudo? Había que insistir con más fuerza. ¡Ah, ahí había una herida! Había que rodearla cuidadosamente. Fijándome con mas detenimiento me di cuenta que esa herida no estaba abierta. Era una herida cicatrizada. No sangraba. Igual que en mi vida ¡Una gran herida! Pero ya sanada. Sí, le quedaba la cicatriz. Y ahí estaría para siempre. Pero no como herida, sino tan solo como cicatriz. Una cicatriz de guerra en las batallas de supervivencia por la vida, las que libramos en nuestro camino de aprendizaje. “¡Vale! ¡¿y qué?!”, me decía a mí misma en este monólogo interior. “¿Por qué no? ¿Qué malo hay en ello si al final la herida ha cicatrizado sin infectarse ni gangrenarse? Esa cicatriz no le hace menos bastón a mi bastoncito del alma”, pensaba mientras me daba cuenta de que había comenzado a entablar una relación íntima y entrañable con ese trozo de madera que lentamente empezaba a representar mi vida.
Cuanto más lo trabajaba, cuanta más corteza le quitaba, y más brillante relucía la madera que iba descubriendo debajo, mas me identificaba con él. Hasta se me empezaba a antojar bonito. Tenía solera, con sus entuertos, sus nudos, sus callos… y su cicatriz! Se veía fuerte. Se veía sano. Se veía lustroso. De buena madera. Cada vericueto de su tortuosa trayectoria significaba haber escogido esa rama por encima de otra más débil, siguiendo siempre una dirección determinada. Así había hecho yo también en la vida. En cada encrucijada del camino había escogido una senda. A veces no era la más recta ni la más fácil, pero seguro, mirando ahora en retrospectivo, había sido la que me había hecho más fuerte.
Y continuaba trabajando con mi cuchillito suizo... y con mi vida. Y cuanto más trabajaba más me veía reflejada en ese, que ahora ya me parecía un atractivo bastón. Nuestro diálogo interior estaba muy compenetrado. Éramos solo el bastón y yo. No había nada ni nadie más. Solo existíamos él y yo. Una sensación muy agradable, como si nos hubiéramos despegado del mundo terrenal y hubiéramos entrado en un mundo mágico, donde cualquier cosa era posible... Y entonces, muy claramente, sentí como el bastón me hablaba. Como si fuera el mago de la lámpara de Aladino, que de tanto limpiarla y frotarla se le materializó delante suyo ofreciéndole la concesión de un deseo: “Lola, Lolita, si pudieras cambiar este bastoncito por otro ¿Cuál escogerías?”. Yo ya sabía que se estaba refiriendo a mi vida.
Y me quedé pensativa ¡Um!, ¿Si pudiera cambiar mi vida, cuál escogería? Y ante mi propia sorpresa me encontré diciendo: “Pues mira, bastoncito del alma" –el nivel de intimidad al que habíamos llegado entre los dos se mostraba en mis palabras, bastoncito del alma, le acababa de llamar. "Cada vez me gustas más y más. No solo pareces recio, fuerte y lustroso, sino que veo mucha experiencia acumulada en cada milímetro de tu piel. Me gustas. Me gusta tu imperfección. Me gusta tu suavidad, suavidad que va aumentando cuanto mas trabajo en ti. En realidad… me gustas y pareces muy interesante".
“¡Oh! Vale, vale, muchas gracias. Pero ahora imagínate por un momento que fuera verdad que yo te pudiera ofrecer la vida de cualquier otra persona a cambio de la tuya. Podría ser la de un familiar próximo, algún amigo, algún conocido o simplemente alguien famoso que tú piensas que te hubiera gustado vivir su vida”.
“Pueess…deja un minuto que piense. Mientras tanto continuaré sacándote lustre. Mira que no hubiera dado ni un duro por ti, es más, estuve a punto de rechazarte y poner a otro en tu lugar por el poco potencial que parecías tener a primera vista y … ahora, cuanto mas te toco y mas te acaricio mas veo la belleza y la suavidad que hay en ti”.
“Si, si, pero no me contestas. ¿Qué me dices sobre la pregunta que te he hecho?”
“Ya voy, dame tiempo. Estoy pensando… La verdad es que en estos momentos no se me ocurre a nadie con el que me gustaría cambiarle la vida. No digo con eso que la mía sea mejor que la de los demás pero resulta que ésta es la mía. Y ya llevamos mucho vivido. ¿Cómo voy a cambiarla por otra? Además ¿por quién la cambiaría? Veo que toda la gente de mi alrededor tiene sus mas y sus menos, incluso la gente famosa también parece tenerlos y a veces más graves que los nuestros”.
“¿Estás segura de lo que dices? Piensa que quizá otra oportunidad como ésta no se volverá a repetir en tu vida. Piénsalo detenidamente”.
Y me puse a pensar ¿Me gustaría cambiar, por ejemplo, mi vida por alguna de estas personas que tienen una isla privada? ¡No!, que iba a hacer yo viviendo aislada en una isla privada si lo que a mí me gusta es estar con gente. ¿Y vivir en una gran mansión? ¡Uy! que trabajo tener que administrar y dirigir una gran propiedad. ¡No! No creo que una gran mansión me fuera a dar la felicidad que buscamos. ¿Y tener mucho dinero? ¡No! ¿Para qué? ¿Para comprar muchas cosas? ¡No! Ya he pasado por esta etapa de desear comprar. Ahora más bien lo que quiero es simplificar mi vida y en vez de acumular, repartir. ¿Pues quizá viajar mucho? ¡Oh no! ¡Eso no! La vida ya me da más viajes de los que puedo disfrutar.
“¿Bien?, estoy esperando”
“Pues mira vida mía, no”
“No ¿qué?”
“No, que no quiero cambiar mi vida por otra”
“¿Estás totalmente segura? Mira que aquí te estoy dando la tercera y última oportunidad. ¡Ahora o nunca!”.
“¡Nooo! No insistas, querido mío. Ahora me doy cuenta de que en realidad estoy muy contenta con mi vida y que no la quiero cambiar por nada o por nadie. Es más, no solo estoy contenta con mi vida sino con todos los que la acompañan, empezando por mis padres, continuando por mis hijos, mi marido, mis nietos, mis hermanos y mis amigos, a quienes adoro y no cambiaría por nada en el mundo”. Hasta yo misma estaba sorprendida del convencimiento en que decía estas palabras. Y lo bueno del caso es que me daba cuenta que estas respuestas salían muy sinceramente desde lo más profundo de mi Ser. Sentía que a pesar de todo, a pesar de todos los tropiezos, a pesar de todas las dificultades, a pesar de todas mis dudas e inseguridades, había vivido lo que tenía que vivir: bueno y malo, dulce y salado, amargo y placentero. Todo ello había hecho una corteza de protección, callos y nudos, cicatrices profundas, pero a la vez me había hecho fuerte y estable. ¿Quizás algo más sabia? Sentía que sí.
“¡No! Bastoncito mío, no quiero cambiar mi vida por la de nadie. ¿Cómo iba a cambiarte por otro si reluces como el sol? No, querido mío”, le decía mientras lo acariciaba como si acariciara mi propia vida, mientras pasaba mi mano por la suave superficie, ahora de madera clara y brillante. “Pero no me ha costado mucho sacar lo mejor de ti, ¿eh?”, añadí mientras continuaba afinándolo suavemente. “¡Quizá lo estabas deseando!, quizás estabas esperando una mano amable que te sacara de este montón destinado a quemar, y con mimo y paciencia te fuera sacando la capa de polvo y corteza que te cubría y decidiera no solo convertirte en compañero de sus viajes sino también en amigo y confidente. ¿Sabes qué, amigo bastón? Servirías para muchas cosas antes de quedar consumido por las brasas dónde estabas destinado a terminar tus días”.
“¿Ah sí? ¿Cómo que por ejemplo?”
“Pues aparte de convertirte en compañero de camino, podrías servir para hacer unas bonitas patas de silla… o unas decenas de bonitos palillos chinos para comer, pero no de los de usar y tirar sino de aquellos que van en su estuchito, quizá con nácar encastado… o cientos de palillos para dientes, pero tampoco de los ordinarios acabados en punta por ambos lados, sino los que en un extremo están trabajados, con un adorno, para darles más categoría…”, le decía mientras pensaba en voz alta.
“Vaya, muchas gracias. Veo que has encontrado muy bonitas y variadas utilidades para mi vida”.
“Ja, ja. Sí, ciertamente. Me pareces tan bueno que mereces ser bien utilizado”.
“Pues aplícate lo mismo para ti, querida amiga. Ahora que te has percatado de que estás contenta con tu vida, espero que no protestes tanto cuando la vida te presenta altibajos y que sepas sacar lo mejor que hay en ella, con lo bueno y lo malo”.
“Si, tienes razón. A partir de ahora ya no voy a protestar tanto por la contaminación de Delhi o por el calor tan fuerte que hace durante 6-8 meses al año en esa ciudad donde nos toca vivir ahora, o mejor dicho, donde hemos aceptado estar en estos momentos, pues en realidad nadie me ha puesto nunca una pistola en el pecho para hacerlo. Y aunque solemos dar las culpas a los demás de nuestras dificultades, siempre tenemos elección. Acertada o desacertadamente. Y sí en un momento de la vida nos damos cuenta de que ha sido desacertadamente, nada ni nadie nos impide cambiar. Solo serían nuestros miedos, miedos injustificados que nos mantendrían inmovilizados. Pero ahí radica el problema de la mayoría de nosotros, que nos da miedo el cambio cuando en realidad debemos entender que nada permanece igual y que es precisamente esta resistencia al cambio lo que nos mantiene clavados en nuestras miserias”.
“Veo que has aprendido muchas cosas”.
“Y mas que espero aprender, pues desde el primer retiro de meditación Vipassana que realicé, hace más de 20 años, comprendí que ésta es una de las principales cosas que venimos a hacer a este mundo: Aprender".
Y así fue como pasé una hora de meditación y tertulia con ese querido amigo, que por unos momentos se convirtió en mi “Pepito Grillo”, mi voz de la conciencia, haciéndome comprender en toda su magnitud, verdades que todos sabemos pero que en nuestro día a día vamos olvidando y que luego a falta de tiempo no volvemos a redescubrirlas, asimilarlas e incorporarlas, cayendo finalmente en el olvido.
Estos diez días de retiro me permitieron una vez más conectarme con mi verdadera esencia, mi alma, mi vieja viajera que ha recorrido mucho en esta vida, y en otras muchas más, y que olvida a menudo cuáles eran las razones por las que eligió venir aquí. Siempre nos han dicho que la verdadera felicidad se encuentra dentro de uno mismo. También nos han dicho que todas las respuestas están dentro de nosotros. Yo lo corroboro. Así como las personas que han pasado por el mismo proceso. Pura técnica. ¡Puro Vipassana! “Ver las cosas como son”. Diez días. En silencio. En la naturaleza.
Si sientes resonancia con estas palabras; si deseas hallar respuestas; si vislumbras la buena madera que se esconde debajo de tu corteza; si deseas aprender el arte de vivir, para saber cómo ajustar tus velas cuando el viento arrecia. … quizá éste sea el año para vivir tu experiencia particular. El 'Viaje al Interior', un viaje hacia las profundidades de tu cuerpo… de tu mente… de tu alma... de tu Ser… el regreso al Hogar… a la pura Conciencia… Creciendo en el Silencio.
Lola Feliu
¡Aaah! ¡Vipassana! ¡Este alimento del alma! ¡Esta conexión con nuestro verdadero Ser! ¡Esta parada y fonda para beber de la fuente de sabiduría que se halla almacenada dentro de nosotros! ¡Este elixir, fuente de paz y serenidad! Diez días de trescientos sesenta y cinco días al año, han sido, y son, la mejor inversión que llevo haciendo en mi vida desde hace más de veinte años.
Precisamente, esta fuente de conocimiento a la que uno puede acceder a lo largo de esos diez días en silencio, fue la que me permitió comprender que podía curarme de Fibromialgia; que podía dejar atrás el rencor y perdonar a los seres que mas daño me habían hecho; que podía poner perspectiva a los grandes problemas de mi vida, y que podía transformar las dificultades en simples desafíos. Todo ello con un gran incremento de mis niveles de energía y una gran dosis de optimismo. Y así es y así ha sido en todas y cada una de las veces que he participado en un retiro de Vipassana, sin importar el lugar o el profesorado que lo haya impartido, o el nombre que se le haya dado, sea 'El Viaje al Interior' como le llamamos nosotros o cualquier otro. Lo que importa es que uno pueda un día descubrir que es lo suficientemente valioso como para dedicarse en cuerpo y alma durante 10 días a uno mismo y exclusivamente a uno mismo. Al separarnos por unos días de la vorágine en la que estamos sumergidos, sin rumbo ni sentido, estresados y atemorizados, con el objetivo de encontrar respuestas a preguntas tan trascendentales como ¿quiénes somos? y ¿qué venimos a hacer aquí?
Comprender que nosotros, y solo nosotros, somos responsables de nuestra vida y nuestra propia felicidad. Comprender que todo ello está en nuestros manos, y no en la de los demás, nos da una nueva perspectiva de vida llena de poder y optimismo. Comprender también que si nosotros cambiamos, el mundo cambia, nos permite recuperar el poder que siempre nos ha pertenecido y que ha quedado olvidado en el pasado.
La técnica es sencilla. Se enseña escasamente en 15 minutos. Luego nos toca a nosotros iniciar el primer paso poniéndola en práctica. Con mimo. Con paciencia. Con perseverancia. Con flexibilidad. Con autocomprensión. Con amabilidad… Y ¡eh voila! A lo largo de esos diez días, de repente se hace la luz.
Vipassana, que en sánscrito significa 'ver las cosas como son', se convierte en un bendito milagro. Un milagro al permitirnos quitar los velos y filtros que cubren nuestros ojos y poder ver las cosas como son, en su justa medida, sin cargas emocionales subjetivas que empañan nuestra felicidad, y distorsionan la realidad. Milagrosa y milenaria técnica, que gana cada vez más y más adeptos en el mundo entero.
Técnica que nos permite reeducar nuestra mente para que se quede tranquila cuando no se la necesita. Si ésta está tranquila y sosegada puede funcionar mucho mejor cuando necesitamos hacer uso de ella, cuando necesitamos encontrar soluciones a los desafíos. Durante esos diez días uno va desarrollando el sentimiento de que todo está bien en la vida, y de que todas las personas también están bien, haciendo su camino, de la mejor forma que saben y pueden. Uno deja de enjuiciar a los demás, dándose cuenta de que todos somos Uno. Que la empatía es nuestra mejor aliada. Y que sí, que una persona sí puede cambiar el mundo, por lo menos su mundo.
Y no está mal tener esos recordatorios una vez al año. Una puesta a punto. Ello nos prepara para un año más de desafíos, de tensiones externas, de agresiones medioambientales. Sabiendo que si practicamos esta sencilla técnica aunque solo sea 15 minutos al día, durante todo el año, al levantarnos, ese espacio de conexión con nuestra sabiduría interior va a hacer la diferencia sustancial para vivir una vida llena de sentido, de paz y serenidad para ese mismo día... y para todos los demás días -siempre y cuando continuemos con la práctica diaria.
En las siguientes líneas os dejo escrita una de mis experiencias transformadoras participando en un retiro de meditación, que en esa ocasión fue en los Himalayas, y que he dado en llamar: 'Mi Vida en un Bastón'
"Mi Vida en un Bastón"
DIA CUATRO DEL RETIRO:
Nos anuncian un paseo por el bosque a las tres de la tarde. El retiro se desarrolla en un lugar de una gran belleza natural en las estribaciones de los Himalayas, en una colina rodeada de pequeños lagos, cerca de la población de Nainital en el estado de Himachal Pradesh. El centro y las casitas donde nos alojamos están situados en lo alto de una alta colina en medio de un bosque de pinos, robles y rododendros. Estamos a más de 2000 metros de altitud y el aire que se respira es limpio y aromático.
Me gusta la idea de la excursión. Me gusta mucho la naturaleza, y me gusta mucho caminar por ella. Es una de mis pasiones. Y me gusta mucho hacerlo con bastones, así le puedo dar alivio a mis rodillas castigadas por muchos años de enérgico deporte. Desde media mañana empiezo pues a buscar una rama que pueda utilizar como bastón. La voy buscando mientras recorro lentamente el camino que hay entre mi alojamiento y la sala de meditación. No encuentro nada. Todas las ramas que veo en el suelo son débiles, torcidas, cortas… Pienso que quizá detrás de la casa principal puedo encontrar alguna. Siempre detrás de las casas en el bosque suele haber un montoncito de ramas apiladas para encender fuego, y esa casa no debería ser la excepción. Allí me dirijo.
La casa, de estilo colonial de la época de los ingleses, de piedra y madera, típica de las montañas de ese lugar, con el tejado de zinc que se ha ido coloreando de verde con el paso del tiempo, es una magnífica mansión de dos pisos bordeada por un gran porche en forma de ele, dominando todo el valle. Lugar perfecto para sentarse en la sombra contemplando las puestas de sol en los atardeceres estivales. Pero ahora andaba en busca de mi bastoncito de madera. Al rodear la casa encuentro efectivamente varios montoncitos de madera clasificados por tamaño. La más gruesa en un lado, formando un muro que irá descendiendo de altura a lo largo del invierno mientras la leña se va consumiendo en la chimenea. En otro, un montón de ramas colocadas desordenadamente unas sobre otras. Era ese último montón que ahora acaparaba toda mi atención. Ahí podría quizá encontrar mi compañero de camino.
A primera vista no parecía que en este montón de ramas hubiera nada utilizable. Continuaban pareciendo cortas, torcidas, débiles. Pero ahí estaba yo dispuesta a encontrar algo que pudiera servirme. Estiraba una de aquí, ¡no! era demasiado corta. Otra por allí, ¡no! era demasiado débil. Ahora veía una que ni era corta ni era débil pero sí un poco torcida. La voy estirando, sacándola de entre la maraña de ramas entrelazadas de cortezas secas, sucias, y aunque no era el ideal de bastón que uno hubiera elegido, así a simple vista parecía lo mejor que uno podía encontrar en ese lugar. Bueno, había que cortarle algunas ramitas bien a ras del tronco, quizá hacerle algo de punta al final... Definitivamente una rama muy poco recta, pero pensé que serviría… mas o menos… no estaba del todo segura.
Saqué mi cuchillo suizo de montaña y comencé allí mismo la labor de cortar una rama que estaba al final de la rama principal y que impediría utilizarla correctamente. ¡Caray, como cuesta la condenada! Esa rama no será muy recta pero sí fuerte, de eso no hay ninguna duda. Y cuando me disponía a ensañarme con más ahínco, con mi pequeña navaja poco a poco, sabiendo que llevaría su tiempo, apareció un trabajador de la casa que al ver mi dedicación se ofreció, por señales, a hacerlo él mismo con herramientas apropiadas. Acepté inmediatamente agradecida, sabiendo una vez más que el universo confabulaba a favor mío. Estaba acostumbrada a estas cosas. Desde hacía varios años, cuando me armonicé con el Universo, descubrí que vivimos en un mundo mágico, en el que todo lo que necesitamos nos llega en el momento preciso y adecuado. Le hice indicación con señas de que por favor hiciera algo de punta al final. Y allí se marchó el hombrecillo con mi rama pareciendo haber comprendido muy bien lo que yo necesitaba de ella.
Durante los cinco minutos que duró la espera, todavía sin haberme movido del costado del montoncito de ramas y mirándolo sin parar, iba vislumbrando que podía haber elegido algo mejor. ¿Esta ramita por ejemplo? ¿Si? ¿No? ¿Debería cambiarla? ¡No! No, ahora ya había elegido una y empezado el proceso de trabajarla. Además ese hombre tan amable, que se había llevado la rama para ayudarme, se podría sentir mal si después de haber estado trabajando en ella la desechaba. Si él había pasado en este momento y no antes o después, pues esa debía ser la rama, no cualquier otra de las que yacían en el montoncito.
Mientras mantenía este diálogo interior, el hombre volvió con la rama y su punta reluciente. Parecía más o menos un bastón para caminar por la montaña, de eso no había duda. No un bastón que uno compraría, recto, pulido, brillante. Era más bien un bastón rudimentario, sucio, con corteza, áspero y con varios vericuetos. Pero un bastón al fin y al cabo. Le agradecí al hombre su colaboración poniendo mi mano sobre mi corazón a modo de reconocimiento, y decidí en ese momento que esa rama sería mi compañera en la caminata del día. Por supuesto necesitaría todavía trabajarla un poquito más, aunque solo fuera en el extremo superior donde debía poner mi mano, ya que tal como estaba la corteza era sucia y rasposa... Pero todavía quedaba tiempo antes de salir a caminar.
Apreté el útil cuchillo suizo en mi mano y le dije para mis adentros: “¡Ahora sí que me podrás ser útil! El trabajo de descortezar va a ser ideal para ti”.
Y así nos marchamos, palo, cuchillo y yo, en busca de un lugar agradable en el bosque, donde pudiera sentarme en el suelo apoyando mi espalda en un árbol, y como si de una meditación se tratara, poco a poco ir desconchando la sucia corteza, transformando lentamente esa rama que habían destinado a quemar en una que tuviera un buen uso para mí.
La verdad es que estos cuchillos suizos son una verdadera maravilla. Esos que son de color rojo con una crucecita blanca, de múltiples usos, que llevan incorporado tanto una navajita, como un sacacorchos, o un abridor de chapas, o un destornillador... Empecé como aquel que no quiere la cosa: pelando un poquito de corteza por aquí, otro poquito por allí. La navaja respondía muy bien, y resultaba agradable estar entretenida con este cometido.
Cuando llevaba unos diez minutos descortezando y empezando a descubrir la bonita y brillante madera que se escondía bajo la corteza, sin saber mucho porqué, empecé a pensar en cuanta similitud había entre mi vida y este bastón. ¿Qué escondíamos detrás de esta áspera coraza? ¿De qué nos protegíamos para no permitir que la gente viera la buena madera de la que estábamos hechos?
Instintivamente surgió un deseo, como una necesidad, de pelar toda la rama y no solo la empuñadura. Un deseo de que luciera en todo su esplendor. Como un símbolo de desear quitar todas las capas de protección que había ido colocando cuidadosamente a lo largo de mi vida con la vana ilusión de quedarme a salvo de pasadas heridas, y como no, de todas las futuras que me pudieran llegar.
Y ahí estaba yo, 'pelando' mi vida, capita a capita, trocito a trocito. ¿Ahí había una callosidad? Pues había que trabajarla un poco más. ¿Aquí un nudo? Había que insistir con más fuerza. ¡Ah, ahí había una herida! Había que rodearla cuidadosamente. Fijándome con mas detenimiento me di cuenta que esa herida no estaba abierta. Era una herida cicatrizada. No sangraba. Igual que en mi vida ¡Una gran herida! Pero ya sanada. Sí, le quedaba la cicatriz. Y ahí estaría para siempre. Pero no como herida, sino tan solo como cicatriz. Una cicatriz de guerra en las batallas de supervivencia por la vida, las que libramos en nuestro camino de aprendizaje. “¡Vale! ¡¿y qué?!”, me decía a mí misma en este monólogo interior. “¿Por qué no? ¿Qué malo hay en ello si al final la herida ha cicatrizado sin infectarse ni gangrenarse? Esa cicatriz no le hace menos bastón a mi bastoncito del alma”, pensaba mientras me daba cuenta de que había comenzado a entablar una relación íntima y entrañable con ese trozo de madera que lentamente empezaba a representar mi vida.
Cuanto más lo trabajaba, cuanta más corteza le quitaba, y más brillante relucía la madera que iba descubriendo debajo, mas me identificaba con él. Hasta se me empezaba a antojar bonito. Tenía solera, con sus entuertos, sus nudos, sus callos… y su cicatriz! Se veía fuerte. Se veía sano. Se veía lustroso. De buena madera. Cada vericueto de su tortuosa trayectoria significaba haber escogido esa rama por encima de otra más débil, siguiendo siempre una dirección determinada. Así había hecho yo también en la vida. En cada encrucijada del camino había escogido una senda. A veces no era la más recta ni la más fácil, pero seguro, mirando ahora en retrospectivo, había sido la que me había hecho más fuerte.
Y continuaba trabajando con mi cuchillito suizo... y con mi vida. Y cuanto más trabajaba más me veía reflejada en ese, que ahora ya me parecía un atractivo bastón. Nuestro diálogo interior estaba muy compenetrado. Éramos solo el bastón y yo. No había nada ni nadie más. Solo existíamos él y yo. Una sensación muy agradable, como si nos hubiéramos despegado del mundo terrenal y hubiéramos entrado en un mundo mágico, donde cualquier cosa era posible... Y entonces, muy claramente, sentí como el bastón me hablaba. Como si fuera el mago de la lámpara de Aladino, que de tanto limpiarla y frotarla se le materializó delante suyo ofreciéndole la concesión de un deseo: “Lola, Lolita, si pudieras cambiar este bastoncito por otro ¿Cuál escogerías?”. Yo ya sabía que se estaba refiriendo a mi vida.
Y me quedé pensativa ¡Um!, ¿Si pudiera cambiar mi vida, cuál escogería? Y ante mi propia sorpresa me encontré diciendo: “Pues mira, bastoncito del alma" –el nivel de intimidad al que habíamos llegado entre los dos se mostraba en mis palabras, bastoncito del alma, le acababa de llamar. "Cada vez me gustas más y más. No solo pareces recio, fuerte y lustroso, sino que veo mucha experiencia acumulada en cada milímetro de tu piel. Me gustas. Me gusta tu imperfección. Me gusta tu suavidad, suavidad que va aumentando cuanto mas trabajo en ti. En realidad… me gustas y pareces muy interesante".
“¡Oh! Vale, vale, muchas gracias. Pero ahora imagínate por un momento que fuera verdad que yo te pudiera ofrecer la vida de cualquier otra persona a cambio de la tuya. Podría ser la de un familiar próximo, algún amigo, algún conocido o simplemente alguien famoso que tú piensas que te hubiera gustado vivir su vida”.
“Pueess…deja un minuto que piense. Mientras tanto continuaré sacándote lustre. Mira que no hubiera dado ni un duro por ti, es más, estuve a punto de rechazarte y poner a otro en tu lugar por el poco potencial que parecías tener a primera vista y … ahora, cuanto mas te toco y mas te acaricio mas veo la belleza y la suavidad que hay en ti”.
“Si, si, pero no me contestas. ¿Qué me dices sobre la pregunta que te he hecho?”
“Ya voy, dame tiempo. Estoy pensando… La verdad es que en estos momentos no se me ocurre a nadie con el que me gustaría cambiarle la vida. No digo con eso que la mía sea mejor que la de los demás pero resulta que ésta es la mía. Y ya llevamos mucho vivido. ¿Cómo voy a cambiarla por otra? Además ¿por quién la cambiaría? Veo que toda la gente de mi alrededor tiene sus mas y sus menos, incluso la gente famosa también parece tenerlos y a veces más graves que los nuestros”.
“¿Estás segura de lo que dices? Piensa que quizá otra oportunidad como ésta no se volverá a repetir en tu vida. Piénsalo detenidamente”.
Y me puse a pensar ¿Me gustaría cambiar, por ejemplo, mi vida por alguna de estas personas que tienen una isla privada? ¡No!, que iba a hacer yo viviendo aislada en una isla privada si lo que a mí me gusta es estar con gente. ¿Y vivir en una gran mansión? ¡Uy! que trabajo tener que administrar y dirigir una gran propiedad. ¡No! No creo que una gran mansión me fuera a dar la felicidad que buscamos. ¿Y tener mucho dinero? ¡No! ¿Para qué? ¿Para comprar muchas cosas? ¡No! Ya he pasado por esta etapa de desear comprar. Ahora más bien lo que quiero es simplificar mi vida y en vez de acumular, repartir. ¿Pues quizá viajar mucho? ¡Oh no! ¡Eso no! La vida ya me da más viajes de los que puedo disfrutar.
“¿Bien?, estoy esperando”
“Pues mira vida mía, no”
“No ¿qué?”
“No, que no quiero cambiar mi vida por otra”
“¿Estás totalmente segura? Mira que aquí te estoy dando la tercera y última oportunidad. ¡Ahora o nunca!”.
“¡Nooo! No insistas, querido mío. Ahora me doy cuenta de que en realidad estoy muy contenta con mi vida y que no la quiero cambiar por nada o por nadie. Es más, no solo estoy contenta con mi vida sino con todos los que la acompañan, empezando por mis padres, continuando por mis hijos, mi marido, mis nietos, mis hermanos y mis amigos, a quienes adoro y no cambiaría por nada en el mundo”. Hasta yo misma estaba sorprendida del convencimiento en que decía estas palabras. Y lo bueno del caso es que me daba cuenta que estas respuestas salían muy sinceramente desde lo más profundo de mi Ser. Sentía que a pesar de todo, a pesar de todos los tropiezos, a pesar de todas las dificultades, a pesar de todas mis dudas e inseguridades, había vivido lo que tenía que vivir: bueno y malo, dulce y salado, amargo y placentero. Todo ello había hecho una corteza de protección, callos y nudos, cicatrices profundas, pero a la vez me había hecho fuerte y estable. ¿Quizás algo más sabia? Sentía que sí.
“¡No! Bastoncito mío, no quiero cambiar mi vida por la de nadie. ¿Cómo iba a cambiarte por otro si reluces como el sol? No, querido mío”, le decía mientras lo acariciaba como si acariciara mi propia vida, mientras pasaba mi mano por la suave superficie, ahora de madera clara y brillante. “Pero no me ha costado mucho sacar lo mejor de ti, ¿eh?”, añadí mientras continuaba afinándolo suavemente. “¡Quizá lo estabas deseando!, quizás estabas esperando una mano amable que te sacara de este montón destinado a quemar, y con mimo y paciencia te fuera sacando la capa de polvo y corteza que te cubría y decidiera no solo convertirte en compañero de sus viajes sino también en amigo y confidente. ¿Sabes qué, amigo bastón? Servirías para muchas cosas antes de quedar consumido por las brasas dónde estabas destinado a terminar tus días”.
“¿Ah sí? ¿Cómo que por ejemplo?”
“Pues aparte de convertirte en compañero de camino, podrías servir para hacer unas bonitas patas de silla… o unas decenas de bonitos palillos chinos para comer, pero no de los de usar y tirar sino de aquellos que van en su estuchito, quizá con nácar encastado… o cientos de palillos para dientes, pero tampoco de los ordinarios acabados en punta por ambos lados, sino los que en un extremo están trabajados, con un adorno, para darles más categoría…”, le decía mientras pensaba en voz alta.
“Vaya, muchas gracias. Veo que has encontrado muy bonitas y variadas utilidades para mi vida”.
“Ja, ja. Sí, ciertamente. Me pareces tan bueno que mereces ser bien utilizado”.
“Pues aplícate lo mismo para ti, querida amiga. Ahora que te has percatado de que estás contenta con tu vida, espero que no protestes tanto cuando la vida te presenta altibajos y que sepas sacar lo mejor que hay en ella, con lo bueno y lo malo”.
“Si, tienes razón. A partir de ahora ya no voy a protestar tanto por la contaminación de Delhi o por el calor tan fuerte que hace durante 6-8 meses al año en esa ciudad donde nos toca vivir ahora, o mejor dicho, donde hemos aceptado estar en estos momentos, pues en realidad nadie me ha puesto nunca una pistola en el pecho para hacerlo. Y aunque solemos dar las culpas a los demás de nuestras dificultades, siempre tenemos elección. Acertada o desacertadamente. Y sí en un momento de la vida nos damos cuenta de que ha sido desacertadamente, nada ni nadie nos impide cambiar. Solo serían nuestros miedos, miedos injustificados que nos mantendrían inmovilizados. Pero ahí radica el problema de la mayoría de nosotros, que nos da miedo el cambio cuando en realidad debemos entender que nada permanece igual y que es precisamente esta resistencia al cambio lo que nos mantiene clavados en nuestras miserias”.
“Veo que has aprendido muchas cosas”.
“Y mas que espero aprender, pues desde el primer retiro de meditación Vipassana que realicé, hace más de 20 años, comprendí que ésta es una de las principales cosas que venimos a hacer a este mundo: Aprender".
Y así fue como pasé una hora de meditación y tertulia con ese querido amigo, que por unos momentos se convirtió en mi “Pepito Grillo”, mi voz de la conciencia, haciéndome comprender en toda su magnitud, verdades que todos sabemos pero que en nuestro día a día vamos olvidando y que luego a falta de tiempo no volvemos a redescubrirlas, asimilarlas e incorporarlas, cayendo finalmente en el olvido.
Estos diez días de retiro me permitieron una vez más conectarme con mi verdadera esencia, mi alma, mi vieja viajera que ha recorrido mucho en esta vida, y en otras muchas más, y que olvida a menudo cuáles eran las razones por las que eligió venir aquí. Siempre nos han dicho que la verdadera felicidad se encuentra dentro de uno mismo. También nos han dicho que todas las respuestas están dentro de nosotros. Yo lo corroboro. Así como las personas que han pasado por el mismo proceso. Pura técnica. ¡Puro Vipassana! “Ver las cosas como son”. Diez días. En silencio. En la naturaleza.
Si sientes resonancia con estas palabras; si deseas hallar respuestas; si vislumbras la buena madera que se esconde debajo de tu corteza; si deseas aprender el arte de vivir, para saber cómo ajustar tus velas cuando el viento arrecia. … quizá éste sea el año para vivir tu experiencia particular. El 'Viaje al Interior', un viaje hacia las profundidades de tu cuerpo… de tu mente… de tu alma... de tu Ser… el regreso al Hogar… a la pura Conciencia… Creciendo en el Silencio.
Lola Feliu